El poder de la voluntad es superior a la voluntad del poder de hacernos perder la voluntad.

La vida en si misma no tiene sentido ni valor ni finalidad, solo nosotros a lo largo de nuestra existencia le brindamos un sentido, le damos un valor y le asignamos una finalidad. Todo lo que nos dicen que debe ser la vida, carece de "valor y sentido"; la vida debe ser lo que elijamos que sea.

sábado, 20 de febrero de 2010

Aforismos de François de la Rochefoucauld

 El verdadero amor es como los espíritus: todos hablan de ellos, pero pocos los han visto.

 Perdonando demasiado al que yerra se comete una injusticia con el que no falla

 Cuanto más se ama a un amante, más cerca se está de odiarle.

 Tres clases hay de ignorancia: no saber lo que debiera saberse, saber mal lo que se sabe, y saber lo que no debiera saberse.

 Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera.

 No hay disfraz que pueda largo tiempo ocultar el amor donde lo hay, ni fingirlo donde no lo hay.

 Si juzgamos el amor por la mayor parte de sus efectos, se parece más al odio que a la amistad.

 Lo que hace que los amantes no se aburran nunca de estar juntos es que se pasan el tiempo hablando siempre de sí mismos.

 La intención de no engañar nunca nos expone a ser engañados muchas veces.

 Ponemos más interés en hacer creer a los demás que somos felices que en tratar de serlo.

 Para tener éxito debemos hacer todo lo posible por parecer exitosos.

 Es necesario tener tanta discreción para dar consejos como docilidad para recibirlos.

 La esperanza y el temor son inseparables y no hay temor sin esperanza, ni esperanza sin temor.

 Conocer las cosas que lo hacen a uno desgraciado, ya es una especie de felicidad.

 Si tuviésemos suficiente voluntad casi siempre tendríamos medios suficientes.

 Los espíritus mediocres suelen condenar todo aquello que está fuera de su alcance.

 El mejor medio de conservar los amigos es no pedirles ni deberles nada.

 La libre comunicación de los pensamientos y las opiniones es uno de los derechos más preciados por el hombre.

 La esperanza, no obstante sus engaños, nos sirve al menos para llevarnos al fin de la existencia por un camino agradable.

 La verdadera prueba de que se ha nacido con grandes cualidades estriba en haber nacido sin envidia.

 Prometemos según nuestras esperanzas y cumplimos según nuestros temores.

 Nunca se tiene la libertad de amar o de dejar de amar.

 Se perdona mientras se ama.

 Los hombres no vivirían mucho tiempo en sociedad si no se engañaran unos a otros.

 Es más vergonzoso desconfiar de los amigos que ser engañado por ellos.

 Si quieres tener enemigos, supera a tus amigos; si quieres tener amigos, deja que tus amigos te superen.

 Más traiciones se cometen por debilidad que por un propósito firme de hacer traición.

 La confianza sirve en las conversaciones más que el ingenio.

 Aunque los hombres se jacten de sus grandes acciones, muchas veces no son el resultado de un gran designio, sino puro efecto del azar.

 Las personas afortunadas se corrigen poco: Creen tener siempre razón mientras la fortuna sostiene su mala conducta.

 Los celos se nutren de dudas y la verdad los deshace o los colma.

 La vejez es un tirano que prohíbe, bajo pena de muerte, todos los placeres de la juventud.

 Como pretendes que otro guarde tu secreto si tú mismo, al confiárselo, no los has sabido guardar.

 La filosofía triunfa con facilidad sobre las desventuras pasadas y futuras, pero las desventuras presentes triunfan sobre la filosofía.

 Cuando nuestro odio es demasiado profundo, nos coloca por debajo de aquellos a quienes odiamos.

 El medio más fácil para ser engañado es creerse más listo que los demás.

 Es más fácil conocer al hombre en general que a un hombre en particular.

 La verdadera elocuencia consiste en no decir más de lo que es preciso.

 La inteligencia no podría representar mucho tiempo el papel del corazón.

 El deseo de parecer listo impide el llegar a serlo.

 Nunca somos tan felices ni tan infelices como pensamos.


 En los celos hay más amor propio que amor.

 Es más necesario estudiar a los hombres que a los libros.

 Hay varias clases de curiosidad: una, interesada, que nos lleva a desear aprender lo que nos puede ser útil; otra, orgullosa, nacida del deseo de saber lo que otros ignoran.



 El daño que hacemos no nos trae tantas persecuciones y odios como nuestras buenas cualidades.

 Hay poca gente lo bastante cuerda que prefiera la censura provechosa a la alabanza traidora.

 El amor propio es el peor de los aduladores.

 Perdonamos fácilmente a nuestros amigos los defectos en que nada nos afectan.

 El silencio es el partido más seguro para el que desconfía de sí mismo.

 No se desprecia a todos los que tienen vicios, pero sí a los que no tienen ninguna virtud.

 No hay accidente, por desgraciado que sea, del que los hombres hábiles no obtengan provecho.

 El verdadero valor consiste en hacer uno sin testigos lo que sería capaz de hacer ante todo el mundo.

 La verdad no hace tanto bien en el mundo como el daño que hacen sus apariencias.

 Confesamos nuestros pequeños defectos para persuadirnos de que no tenemos otros mayores.

 Solemos perdonar a los que nos aburren, pero no perdonamos a los que aburrimos.

 El orgullo, que nos inspira tanta envidia, a menudo nos sirve también para moderarla.

 La adulación es una moneda falsa que tiene curso gracias sólo a nuestra vanidad.

 Cuando no se encuentra descanso en uno mismo, es inútil buscarlo en otra parte.

 Nada impide tanto ser natural como el deseo de parecerlo.

 Establecemos reglas para los demás y excepciones para nosotros.

 No solemos considerar como personas de buen sentido sino a los que participan de nuestras opiniones.

 Para mí, la belleza es la maravilla de las maravillas. Sólo los superficiales no juzgan por las apariencias. El verdadero misterio del mundo es lo visible, no lo invisible.

 Nunca otra cosa damos con tanta liberalidad como nuestros consejos.

 Si una persona parece cuerda es sólo porque sus locuras son proporcionadas a su edad y estado.

 No se debe juzgar a un hombre por sus cualidades, sino por el uso que hace de ellas.

 Ni el sol, ni la muerte pueden mirarse fijamente.

 Hablamos muy poco, excepto cuando la vanidad nos hace hablar.

 Si en los hombres no aparece el lado ridículo, es que no lo hemos buscado bien.

 Los celos nacen del amor, pero no mueren con éste.

 No se elogia, en general, sino para ser elogiado.

 Para hacerse una posición en el mundo, es preciso hacer todo lo posible para hacer creer que ya se tiene.


 “Con algunas virtudes sucede lo que con los sentidos: quienes están
enteramente privados de ellas no pueden descubrirlas ni comprenderlas.”

 “Nadie merece ser elogiado por su bondad si no tiene la energía
necesaria para ser malo; cualquier otra bondad no es más que pereza o impotencia de la voluntad.”

 “Por muchos descubrimientos que hayamos hecho en el país del amor propio, siempre quedarán muchas tierras desconocidas.”

 “No sólo los hombres tienden a perder el recuerdo de los beneficios y de las injurias, sino que incluso odian a sus benefactores y dejan de odiar a quien los ofendió.

viernes, 12 de febrero de 2010

Sartre y el existencialismo ateo

“El existencialismo ateo que yo represento es más coherente. Declara que si Dios no existe, hay por lo menos un ser en el que la existencia precede a la esencia, un ser que existe antes de poder ser definido por ningún concepto, y que este ser es el hombre, o como dice Heidegger, la realidad humana. ¿Qué significa aquí que la existencia precede a la esencia? Significa que el hombre empieza por existir, se encuentra, surge en el mundo, y que después se define. El hombre, tal como lo concibe el existencialista, si no es definible, es porque empieza por no ser nada. Sólo será después, y será tal como se haya hecho. Así, pues, no hay naturaleza humana, porque no hay Dios para concebirla. El hombre es el único que no sólo es tal como él se concibe, sino tal como él se quiere, y como se concibe después de la existencia, como se quiere después de este impulso hacia la existencia; el hombre no es otra cosa que lo que él se hace. Este es el primer principio del existencialismo.”
Este es un ateísmo consecuente; puesto que Dios no existe, no existe la naturaleza humana; el hombre no tiene esencia o naturaleza, es lo que él mismo se ha hecho; en el la existencia precede a la esencia.

El hombre es un proyecto que se vive subjetivamente: lo que mueve a las personas son sus proyectos, su preocupación por la realización de su ser; pero estos proyectos y los ideales involucrados en ellos, no existen previamente a su decisión de realizarlos, no están trazados previamente por un destino, una naturaleza o una tabla de valores objetivos.

El hombre es responsable de sí mismo y de todos los hombres: somos responsables de nosotros mismos porque lo que somos depende de lo que hemos querido ser, no de un destino divino, ni de una circunstancia social, ni de una predisposición biológica o natural; pero somos también responsables de los demás porque al elegir unos valores, elegimos una imagen del hombre tal y como debe ser; “nuestra acción compromete a la humanidad entera”.

La libertad humana trae consigo los sentimientos de angustia, desamparo y desesperación. Angustia ante el hecho de que es uno mismo el responsable de sí mismo y de los demás; desamparo porque la elección se hace en soledad, no existe una tabla de valores en la que apoyarse, ni ningún signo que nos indique la conducta a seguir, es preciso inventarse la moral; y trae desesperación porque no es posible un control completo de la realidad en la realización del proyecto, porque siempre hay que contar con factores imprevistos, con la posibilidad de que se truequen nuestras buenas intenciones en malos efectos.

EL EXISTENCIALISMO es una doctrina de la acción, contraria al quietismo: para el existencialismo sólo hay realidad en la acción, el hombre existe en la medida en que se realiza, es el conjunto de sus actos y nada más. Este pensamiento tiene dos caras: por un lado es duro para aquellas personas descontentas con lo que son, para los que no han triunfado en la vida; estas personas pueden engañarse diciendo que en realidad el conjunto de sus actos no muestra su auténtica valía, diciendo que hay en ellos capacidades, talentos o disposiciones desaprovechadas, que el mundo les ha impedido dar de sí todo lo que realmente son. Pero, por otro lado, esta doctrina es optimista pues declara que el destino de cada uno de nosotros está en nuestra mano y nos predispone a la acción, a no vivir de sueños, de esperanzas, a dejar de lado nuestra miseria y realizar nuestro proyecto: el héroe no nace héroe, se hace héroe; si se es cobarde es como consecuencia de una decisión, no porque fisiológicamente o socialmente se esté predispuesto para ello; el cobarde se hace cobarde, pero hay siempre para el cobarde una posibilidad de no ser por más tiempo cobarde, como para el héroe la de dejar de ser héroe.

Para el existencialismo el mundo, la vida, no tiene un sentido a priori: declara que Dios no existe, por lo que la vida misma carece de sentido; sólo se puede hablar del sentido que cada uno le da, de los valores que cada uno inventa.

Frente a la noción de “naturaleza humana” defiende la existencia de la “condición humana”: aunque no existe una esencia común a todos los hombres, Sartre cree que sí se puede hablar de ciertos rasgos formales y universales que permiten la identificación de la humanidad como un todo y el reconocimiento y comprensión del proyecto de cada individuo y de cada cultura; la libertad, la indigencia de la existencia, la sociabilidad, son estructuras antropológicas que desvelan la condición humana.

"cada hombre es lo que hace con lo que hicieron de el"

_Los hombres se dan el ser en las decisiones que toman en su existencia , al elegir se eligen, en cada una de sus eleciones se estan dando el ser.

jueves, 4 de febrero de 2010

Fedor Dostoievski: Memorias del subsuelo.

Este gran autor, se introduce en la compleja psicología humana y sus misterios como pocos lo pueden hacer , aquí dejo un fragmento de este genio de la literatura.

¿quién fue el primero que dijo, que proclamó que el
hombre comete villanías sólo porque no sabe ver cuáles son sus propios intereses, y que si lo ilustrasen, si le abriesen los ojos ante sus verdaderos intereses, ante sus intereses normales, dejaría inmediatamente de cometer villanías y se convertiría acto seguido en un hombre bueno y honrado, puesto que, ilustrado por la ciencia y comprendiendo sus verdaderos intereses, obtendría las ventajas que el bien proporciona? Como se sobrentiende que nadie puede obrar a sabiendas contra su propio interés, el hombre se vería obligado, por decirlo así, a hacer el bien. ¡Como un niño! ¡Como un niño puro e ingenuo!
Pero ¿acaso el hombre, en el curso de sus miles de años de vida en la Tierra, ha obrado siempre al dictado de su interés? ¿Qué haremos entonces de esos millones de hechos que atestiguan que los hombres, aún advirtiendo cuál es su interés, lo relegan a un segundo plano y siguen un camino completamente distinto, lleno de riesgos y azares? No están obligados a ello, pero parecen querer evitar la ruta que se les
indica y trazarse libremente, caprichosamente, otra llena de dificultades, absurda, oscura, apenas visible.
Ello prueba que esa libertad les seduce más que sus propios intereses... ¡Intereses! ¿Qué es el interés? ¿Se comprometen ustedes a definirme con toda exactitud en qué consiste el interés del hombre? ¿Qué dirán ustedes si un buen día se comprueba que el interés humano en ciertos casos puede, o incluso debe, consistir en desear no una ventaja, sino un perjuicio? Si es así, si puede presentarse el caso, todo se derrumba. ¿Qué creen ustedes? ¿Se puede presentar un caso semejante?
¿Están exactamente clasificados los intereses
humanos? ¿No hay algunos que no figuran ni pueden figurar en las clasificaciones formadas por ustedes?
Porque, que yo sepa, señores, ustedes han catalogado los intereses humanos de acuerdo con las cifras
medias de las estadísticas y de las fórmulas económico-científicas. Los intereses humanos son según ustedes, la riqueza, la tranquilidad, la libertad, etcétera. Tanto, que el hombre que rechace a sabiendas y ostensiblemente ese catálogo debe ser considerado, en opinión de ustedes , como un oscurantista, como un loco. ¿No es así? Pero he aquí algo muy extraño; ¿cómo es posible
que esos estadísticos, esos sabios, esos filántropos, dejen siempre a un lado cierto elemento en sus cálculos
de los intereses humanos? Ni siquiera lo tienen en cuenta en sus fórmulas, por lo que falsean resultados. Sin
embargo, no sería difícil introducir el elemento en cuestión. ¿Por qué no lo hacen? ¿Por qué no lo
introducen para completar la lista? La dificultad procede de que dicho elemento es tan particular, que no puede encontrar sitio en ninguna clasificación ni inscribirse en ninguna lista.
¿Acaso no hay algo que es para todos nosotros más
querido que nuestros más altos intereses? Dicho de otro modo (para no violar la lógica), ¿no existe para
nosotros un interés (el que se deja de lado, ese del que acabamos de hablar) más interesante que todos los demás intereses, más alto que todos ellos, un interés por el que el hombre está dispuesto a obrar, si es preciso, en contra de todas las reglas, es decir, en contra de la razón, sacrificando a él su honor, su paz, su felicidad, todas las cosas bellas y convenientes, en una palabra, sólo por obtener una que es más querida
para él que todas las demás, una en la que ve su interés supremo?
«Sí -me dirán ustedes-, pero eso es también un interés...»
¡Permítanme! Voy a explicarme. No podíamos seguir adelante sin aclarar las cosas. Lo singular de ese
interés es que destruye las cosas. Lo singular de ese interés es que destruye todas nuestras clasificaciones y derriba todos los sistemas edificados por los amigos del género humano para la felicidad del hombre. En una palabra, es un estorbo, un obstáculo. Pero antes de decirles a ustedes cuál es ese interés, reflexionen, ustedes están convencidos de que la especie humana se acostumbrará a mejorar cuando se haya desembarazado completamente de ciertas malas tendencias, cuando el sentido común y la ciencia hayan reeducado completamente la naturaleza humana y la hayan orientado por un camino normal. Ustedes están seguros de que entonces el hombre cesará de errar deliberadamente y se verá, por decirlo así, en la imposibilidad de desear oponerse a sus intereses normales.
¿Por qué el hombre debe actuar según sus intereses, además cuales son los intereses humanos? esto es algo individual , existen intereses diferentes para cada ser ¿Qué sucede si me interesa a mi sufrir y ser un infeliz? ¿O acaso tengo que desear tener una vida prospera, pacifica, monótona, falsa y mediocre? No existen los intereses universales que correspondan a todos los seres.
Pero el hombre con voluntad fuerte, quienquiera que sea, aspira siempre y
en todas partes a obrar de acuerdo con su voluntad y no con arreglo a las prescripciones de la razón y del interés. Ahora bien, la voluntad de uno puede, y a veces incluso debe,
oponerse a sus intereses. Mi voluntad; mi libre albedrío; mi capricho, por insensato que sea; mi fantasía sobreexcitada hasta la demencia... Esto es lo que se aparta a un lado, éste es el precioso interés que no tiene espacio en ninguna de esas clasificaciones que componen ustedes y que rompe en mil pedazos todos los sistemas, todas las teorías.
¿De dónde se han sacado nuestros sabios que el hombre necesita voluntad normal y virtuosa? ¿Por qué suponen que el hombre aspira a poseer una voluntad ventajosa y razonable? El hombre sólo aspira a tener una voluntad independiente, cualesquiera que sean el precio y los resultados.

Ciertamente, si se logra descubrir la fórmula de todos nuestros deseos, de todos nuestros caprichos; es decir, de dónde proceden, cuáles son las leyes de su desarrollo, cómo se reproducen, hacia qué objetivos tienden en tales o
cuáles casos, etc., es probable que el hombre deje inmediatamente de sentir deseos. ¿He dicho «probable»? ¡No, es seguro! ¿Qué satisfacción puede proporcionarle desear solamente de acuerdo con tablas de cálculos? Pero aún hay más. El hombre descenderá inmediatamente a la categoría de una simple tuerca.
Porque ¿qué es un hombre despojado de deseo y voluntad, sino una tuerca, un simple engranaje? ¿Qué opinan ustedes sobre esto? Examinemos las probabilidades: ¿puede ocurrir o no?
«¡Humm -dicen ustedes-. Nuestros deseos son equivocados con gran frecuencia, porque nosotros nos
equivocamos en la valoración de nuestros intereses. Aspiramos a cosas inconvenientes porque nuestra
estupidez nos hace creer que pretendemos lo que nos conviene. Pero cuando nos lo hayan explicado todo, cuando todo se haya puesto en orden y fijado previamente (lo que es muy posible, pues es una tontería creer que ciertas leyes de la naturaleza van a ser siempre indescifrables), es evidente que ya no habrá sitio para los deseos. Si nuestra voluntad se enfrenta con nuestra razón, podremos razonar y no desear, ya que a un ser que razona le es imposible desear estupideces, ir conscientemente en contra de la razón, perjudicarse
a sabiendas... y como todos los deseos y todos los razonamientos podrán calcularse con anticipación, ya
que con toda seguridad se habrán descubierto las leyes de nuestra voluntad y sus deseos, será posible confeccionar una especie de deseos y desear ateniéndonos a ella.
Por consiguiente, me será posible calcular mi existencia con treinta años de anticipación. En una palabra, si tal cosa sucede, tendremos que limitamos a comprender. Y habremos de repetimos sin descanso que en esos momentos la naturaleza no se preocupa en absoluto por nosotros y que, por lo tanto, hemos de aceptarla como es y no como la vemos cuando la adorna nuestra fantasía,

Desde luego, la razón es una cosa excelente: de esto no hay duda. Pero la razón es la razón, y sólo satisface a la facultad razonadora del hombre. En cambio, el deseo es la expresión de la totalidad de la vida humana, sin excluir de ella la razón ni los escrúpulos; y aunque la vida, tal como ella se manifiesta, suela tener un aspecto desagradable, no por eso deja de ser la vida y no la extracción de una raíz cuadrada.
Yo deseo vivir dando satisfacción a todas mis facultades vitales y no únicamente a mi facultad de
razonar, que no representa, en suma, sino la vigésima parte de las fuerzas que hay en mí. ¿Qué sabe la razón? Únicamente lo que ha aprendido (nunca sabrá más, seguramente. Esto no es un consuelo, pero no hay que disimularlo). En cambio, la naturaleza humana obra con todo su peso, por decirlo así, con todo su contenido, a veces con plena conciencia y a veces inconscientemente. Comete algunas pifias pero vive. me repiten que a un hombre culto, al hombre
del porvenir, en una palabra, le es imposible desear deliberadamente lo que es contrario a sus intereses.
Esto es tan claro como las matemáticas. Estoy completamente de acuerdo: tiene una claridad y una exactitud matemáticas. Pero les repito por centésima vez que existe una excepción, que hay hombres que pueden desear lo que saben que es desfavorable para ellos, lo que les parece estúpido, insensato; hombres que obran así sólo por eludir la obligación de escoger lo provechoso, lo digno. Porque esa insensatez, ese capricho, es quizá lo más ventajoso que existe para nosotros en la tierra, sobre todo en ciertos casos. Incluso es posible que esta ventaja sea superior a todas las demás aunque sea evidente que nos perjudica y contradice las conclusiones más sanas de nuestro razonamiento. Y es que nos conserva lo principal, lo que más queremos: nuestra personalidad. Algunos afirman que esto es precisamente lo más preciado que tenemos. La voluntad puede querer a veces ponerse de acuerdo con la razón, sobre todo si no se abusa de este acuerdo, si se aprovecha moderadamente. Pero con gran frecuencia, incluso casi siempre,
la voluntad se niega obstinadamente a ponerse de acuerdo con la razón, Si me dicen ustedes que el caos, las tinieblas y las maldiciones pueden estar también calculados de
antemano y tan exactamente que este cálculo paralizará el impulso del hombre, y, por lo tanto, la razón triunfará una vez más; si me dicen esto, les contestaré que el hombre no tendrá ya más que un medio para hacer su voluntad: volverse loco.
Estoy seguro de esto, pues no cabe duda de que la mayor preocupación del hombre ha sido siempre demostrarse a sí mismo que es un hombre y no un engranaje. Arriesgaba en ello su existencia, pero se lo demostraba; vivía como un troglodita, pero se lo demostraba. Y, después de todo esto, ¿cómo no pecar, cómo no felicitarse de que no hayamos llegado todavía al papel de tuerca y de que nuestra voluntad dependa aún de no saben qué?
Ustedes exclamarán (si me hacen todavía el honor de lanzar exclamaciones) que nadie piensa privarme de mi voluntad, que sólo se trata de arreglar las cosas de modo que mi voluntad por sí misma, por su propia iniciativa, pueda acomodarse a mis intereses normales, a las leyes naturales, a la aritmética. ¡Pero díganme! ¿Qué quedará de mi voluntad cuando lleguemos a las frias tablas de cálculos, cuando no haya más que eso de «dos y dos son cuatro»? Dos y dos serán cuatro sin que mi voluntad se mezcle en ello. ¡La voluntad aspira, evidentemente, a otra cosa!
Ustedes pretenden librar al hombre de sus antiguos hábitos y corregir su voluntad adaptándola a las leyes de la ciencia y de acuerdo con el sentido común. Pero ¿están ustedes seguros de que
es necesario corregir al hombre? ¿En qué se fundan ustedes para creer que la voluntad del hombre requiere una educación? ¿Por qué creen que esta educación ha de serle útil? Y, para decirlo todo, ¿por qué están ustedes tan convencidos de que siempre es ventajoso para el hombre no ir en contra de sus intereses normales, reales, garantizados por el razonamiento y la aritmética? Esto no es, en resumidas cuentas, más que una suposición de ustedes. Incluso aunque una ley sea lógica, ¿es acaso la ley humana? Ustedes se
dirán que estoy loco. Pero permítanme explicarme.
Admito que el hombre es un animal esencialmente constructor, obligado a dirigirse a sabiendas a un objetivo, sea el que fuere. Si es un ingeniero, ha de trazar sin descanso nuevas vías en no importa qué direcciones. Pero quizá precisamente por esta causa siente a veces el deseo de salirse por la tangente. Lo hace no sólo porque está condenado a trazar caminos, sino también porque, por muy necio que sea el hombre de acción, comprende a veces que los caminos conducen siempre a alguna parte, y que no es su dirección lo que importa, sino el hecho de que lo conduzcan a un lugar determinado. Así, al hombre juicioso no se le ocurrirá despreciar su profesión de ingeniero y no se entregará a la pereza, la cual es, como todo el mundo sabe, la madre de todos los vicios. Es indiscutible que al hombre le encanta trazar y construir
caminos; pero también adora la destrucción y el caos. ¿Por qué?, Tal vez le gusten la destrucción y el caos (a veces le gustan; esto es indiscutible), porque tiene un temor
instintivo a alcanzar la meta y terminar el edificio que construye. ¡Vaya usted a saber! Acaso este edificio sólo le gusta de lejos. Puede ser que le guste construirlo, pero no vivir en él, y esté dispuesto a abandonarlo el hombre es un ser versátil, y es posible que, como al jugador de ajedrez, le guste sólo la acción, sin importarle el objetivo que se puede alcanzar. Y, ¿quién sabe?, acaso el único objetivo que persigue la humanidad consista en ese esfuerzo, en
esa acción; dicho de otro modo, tal vez la vida no tenga meta exterior, un fin , una orientacion.
Es decir, no hay una fórmula como «dos y dos son cuatro» , esta formula es un
principio de muerte y no un principio de vida. En todo caso, el hombre teme siempre a ese «dos y dos son cuatro», y yo también le temo.
Cierto que el hombre sólo se ocupa en la busca de ese «dos y dos son cuatro», cruza océanos, arriesga su vida en este empeño..., pero les aseguro que teme encontrarlo, pues cuando dé con él, ya no tendrá nada que hacer.
Terminado su trabajo y recibida la paga, los obreros se van a la taberna, y luego completan la noche de esparcimiento de modo que tienen para toda la semana. Pero nuestro hombre culto es muy diferente. Se observa en él cierta desazón cada vez que alcanza uno de sus objetivos. Desea aproximarse a la meta, pero cuando llega, no se siente satisfecho. Esto es verdaderamente gracioso. Y es que el modo de ser del hombre es algo tan cómico como un buen chiste. En fin, sea como fuere, eso de «dos y dos son cuatro» es algo sumamente desagradable. Yo lo calificaría de procaz. «Dos y dos son cuatro» nos desafía con insolencia.
Con los brazos en jarras se planta en medio de nuestro camino y nos escupe al rostro. Admito que eso de «dos y dos son cuatro» es una cosa excelente; pero puesto a alabar, les diré que «dos y dos son cinco» es también, a veces, algo encantador.
Pero díganme: ¿en qué se fundan ustedes para estar convencidos de que sólo es necesario lo normal, lo positivo, el bienestar en una palabra? ¿Acaso la razón no se equivoca en sus apreciaciones? Es posible que el hombre desee únicamente el bienestar. Pero ¿no es igualmente ,posible que desee el sufrimiento? ¿Acaso el sufrimiento no podría ser para él ventajoso como el bienestar? El hombre, a veces, desea apasionadamente el sufrimiento: está comprobado. No hay necesidad de ir a consultar sobre este punto a la historia universal. Pregúntense ustedes a sí mismos; les bastará ser hombres para responderse, por poco que
hayan sufrido. Si quieren conocer mi opinión personal, les diré que es incluso inconveniente desear únicamente el bienestar. ¿Está esto bien?, ¿está mal? No lo sé. Pero es lo cierto que a veces resulta en extremo agradable romper algo. No es que yo defienda precisamente el sufrimiento o el bienestar: lo que defiendo es mi capricho, la LIBERTAD y lucharé, si es preciso, para que se me garantice.
Estoy seguro de que el hombre no renunciará jamás al verdadero sufrimiento, es decir, a la destrucción y al caos.
¡El sufrimiento!... ¡Pero si es la única causa de la conciencia! la
conciencia, a mi entender, es uno de los mayores males del hombre. Pero el hombre la quiere y no la cambiará por ninguna satisfacción. La conciencia es infinitamente superior a «dos y dos son cuatro». Después de «dos y dos son cuatro» no queda, evidentemente, nada, no sólo nada que hacer, sino incluso nada que saber. Lo único que podemos hacer entonces es obturar nuestros cinco sentidos y entregamos a la contemplación. Verdad es que con la conciencia se llega a un resultado idéntico, es decir, a la inacción, pero en ese caso podemos, por lo menos, darnos latigazos de vez en cuando, lo que vivifica un poco el espíritu.

La conciencia trae dolor y libertad ; por eso el dolor, la conciencia y la libertad son inseparables.